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Colombia: TLC y soberanía macroeconómica

Colombia: TLC y soberanía macroeconómica

Por Helena Villamizar García Herreros, 6-11-11

A falta de argumentos

En lugar de sostener un debate serio sobre el TLC con Estados Unidos, sus defensores más caracterizados han optado por tergiversar los argumentos de sus opositores.

Ha sido el caso del exministro Alberto Carrasquilla, quien hace uso de este recurso retórico al afirmar: “Los argumentos de la izquierda se basan en que la globalización es mala y al TLC lo ven como una modalidad de ésta. Tan “rigurosa” explicación le permite a su vez sostener: “No he visto un solo argumento técnico serio en contra del comercio internacional en general, ni un argumento técnico sólido en contra de los TLC en particular”.

Sorprende esta afirmación desinformadora, pues existen sólidos planteamientos académicos que favorecen la protección y otras vías de integración para economías en desarrollo, distinta del libre comercio bilateral con la nación más avanzada, entre ellos múltiples análisis en la teoría de uniones aduaneras. Por supuesto —como advirtió Rudiger Dornbusch— el resultado dependerá del contenido concreto de cada negociación.

La mayoría de los economistas reconocen que existen relaciones asimétricas entre las distintas naciones y que pueden darse disímiles capacidades de negociación, incluso cuando se intenta imponer sus propios intereses como paradigmas universales.

Por ejemplo, Joseph Stiglitz y Jagdish Bhagwati, desde distintas esquinas del pensamiento económico, atribuyeron la crisis asiática de julio de 1997 —primera gran crisis de la globalización— a las imposiciones del Tesoro de Estados Unidos y de las instituciones financieras de Washington (“el complejo Wall Street–Tesoro” según Bhagwati) exigiendo liberar la cuenta de capitales.

Por tal razón, muchos países latinoamericanos –entre otros Brasil– han rechazado esta peculiar tesis de Carrasquilla: “Los subsidios que otorgan ciertos países (…) no nos deben asustar, porque son una inevitabilidad” (énfasis añadido). Pues tales países simplemente se han negado a firmar TLCs bajo el marco de subsidios fuertemente distorsionadores del libre comercio.

Supuestos que no se cumplen

Desde Adam Smith, padre del libre cambio, hasta la Nueva Teoría del Comercio Internacional, propugnada especialmente por Paul Krugman –premio Nobel de Economía de 2008– sólidos argumentos académicos invalidan el libre comercio a ultranza.

Smith reconoció que bajo condiciones de desempleo estructural, deuda externa creciente y elevadas barreras a la entrada para ciertas industrias la protección aumentaba el bienestar. Por su parte, como demostró Arguiri Emmanuel, el teorema de David Ricardo –que es la pieza maestra de la defensa del libre comercio– se desvirtúa cuando existen fuertes subsidios o distorsiones de los precios relativos –y éste sin duda es el caso de los grandes subsidios de Estados Unidos a su agricultura.

Es más: si no se cumplen los supuestos llamados de “rendimientos constantes a escala” y “rendimientos marginales decrecientes” -pilares de la teoría del libre cambio- las estrategias proteccionistas adquieren sentido para economías en desarrollo, dependiendo naturalmente de la calidad y la coherencia entre las distintas políticas.

Si existen economías de escala, las políticas de protección permiten aprendizajes y reducen el costo de avances tecnológicos que ayudan a pasar de importar a producir y, más tarde, a exportar. Esas economías de escala resultan del acceso a mercados amplios, que a su vez pueden lograrse mediante la integración sur-sur. Ésta ha sido la trayectoria de los países más avanzados, incluido Estados Unidos.

Tan pertinentes argumentos son ignorados por estudios que exaltan el TLC como un imperativo nacional, basados en supuestos teóricos como la competencia perfecta, el pleno empleo y la flexibilidad de precios.

“La nueva teoría del comercio internacional”, por el contrario, parte de la existencia de “fallas de mercado”, con competencia imperfecta y economías de escala. Sus exponentes han encontrado resultados por lo menos ambiguos en la contribución del comercio al desarrollo, y muchos estudios han demostrado cómo el comercio internacional puede ser empobrecedor para naciones en desarrollo.

Los instrumentos de política, más aún bajo un orden asimétrico, pueden modificar la especialización internacional. La historia es pródiga en ejemplos de esta naturaleza. El TLC es igualmente ilustrativo según Stiglitz, pues “no es justo ni libre”.

Desconociendo desarrollos teóricos y valiosas experiencias en el campo del comercio y de los mercados financieros, el TLC lesionó no sólo la producción y el empleo, sino el progreso de Colombia mediante insólitas cesiones de soberanía en las reglas negociadas en todos los campos en este tratado. Vale la pena señalar algunas renuncias en el manejo de la economía.

La cláusula que faltó

El TLC mutila valiosos instrumentos de política y de dirección de la economía. Uno de ellos es la “Cláusula de balanza de pagos”, incluida en los tratados anteriores que Colombia había suscrito.

Esta cláusula permite suspender los compromisos adquiridos en caso de dificultades externas o amenazas seria de ellas, y dirigir las escasas divisas hacia fines prioritarios desde el punto de vista del desarrollo.

Colombia apeló a esta cláusula durante el ajuste de los ochenta con amplísimos beneficios. Al no contar con esta excepción, la única vía para superar el desequilibrio externo serán programas de ajuste recesivo tipo Fondo Monetario Internacional (FMI), seriamente cuestionados en el mundo después de la crisis asiática.

Los resultados del programa de ajuste aplicado en Colombia a fines de los noventa fueron lamentables: un largo período de estancamiento, pérdidas de empleo, y como reveló la Contraloría, ampliación de la deuda, entre otros.

Colombia tendrá que ajustar sus futuros desequilibrios externos mediante reducciones de la demanda interna y del empleo, la elevación de la tasa de interés y la caída de la inversión, pues no podrá hacerlo mediante restricciones a la demanda por bienes y servicios estadounidenses, sin importar el sacrificio para los colombianos.

Prohibido el control de capitales

Cuando se negoció el TLC ya existía evidencia de sobra sobre las grandes imperfecciones de los mercados de capitales y sobre la mayor frecuencia y profundidad de crisis financieras en el mundo a raíz de las desregulaciones de dichos mercados.

La crisis asiática sepultó la aspiración del FMI de incluir en el convenio constitutivo la liberación de la cuenta de capitales, al tiempo que connotados académicos plantearon el imperativo de controlar dicha cuenta.

Dada la naturaleza de los mercados financieros, -incertidumbre, información asimétrica, entre otros-, su liberalización comporta enormes riesgos para la estabilidad macroeconómica, comprobados una vez más por la crisis financiera de 2008, la peor desde los años treinta, cuyas repercusiones aún hoy tienen al mundo expectante.

Los controles sobre los flujos de capitales son cruciales tanto para enfrentar, como para prevenir las crisis, asi como para el manejo de la tasa de cambio y la tasa de interés, dos variables críticas para la economía y las políticas de desarrollo.

La libre movilidad de capitales consagrada en el TLC lesiona gravemente la soberanía monetaria y cambiaria, pues impide controlar al mismo tiempo la tasa de cambio y la tasa de interés [8] [9]. Esta situación, denominada “el trilema imposible”, fue impuesta a Colombia en beneficio exclusivo del capital financiero internacional.

Según el gobierno, el TLC permite controles a los capitales hasta por un año; después de este plazo los inversionistas estadounidenses podrán demandar al Estado si éste mantiene las medidas restrictivas. Sin embargo el Anexo 10.E Disposiciones Especiales de Solución de Controversias aclara que dichas restricciones a un año no serán permitidas para “pagos o transferencias de operaciones corrientes” o “asociadas con inversiones en el capital de sociedades”, ni para “pagos provenientes de préstamos o bonos (...)”, lo que convierte la supuesta potestad en una burla y ratifica que Colombia eliminó cualquier vestigio de cláusula de balanza de pagos .

Sin controles a la inversión extranjera

Constituye un mito gratuito afirmar que el TLC atraerá inversiones extranjeras de alta calidad y que estimulen el crecimiento. La potestad de utilizar un instrumento tan valioso como exigir requisitos a la inversión extranjera fue proscrita mediante el Artículo 10.9.

Esta herramienta habría permitido orientar la inversión extranjera hacia áreas deseables o al cumplimiento de metas como empleo, exportaciones, compras nacionales, transferencia de tecnología, garantizando además que complemente el ahorro nacional y no sea un simple traspaso de riqueza nacional, como ha sido la experiencia de numerosos países en desarrollo en el actual proceso de globalización, en particular en el caso dramático de México ante el NAFTA.

Las únicas prohibiciones de inversión por sectores se refieren a las actividades de procesamiento, disposición y desecho de basuras tóxicas peligrosas o radiactivas no producidas en el país.

En síntesis, el TLC priva a Colombia de instrumentos de acción decisivos, como la cláusula de balanza de pagos y su autonomía al manejar la cuenta de capitales. Dichas renuncias limitan el manejo de la tasa de cambio y la tasa de interés y aumentan la inestabilidad cíclica de la economía. Para su estabilización solo le quedarán programas de ajuste recesivos de reducción de la demanda interna con inmensos sacrificios para su población.

Como si fuera poco, el TLC también incorporó obligaciones en terrenos que habían sido irrenunciables en anteriores tratados, como la deuda, temas que serán objeto de la segunda parte de este artículo.

* Economista de la Universidad de los Andes. DEA en Economía del Desarrollo de la Universidad de Paris I Panteón Sorbona. Columnista de El Nuevo Siglo.


 source: RECALCA