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TLC con Estados Unidos

Por Andrés Espinosa Fenwarth

William Shakespeare -dramaturgo inglés de exquisita pluma y prosa infinita- diría, si viviera en nuestro tiempo y se topara con el TLC con Estados Unidos, que “a buen final no hay mal principio”.

Atrás quedaron los insoportables desaires de la representante demócrata Nancy Pelosi y sus seguidores, quienes en abril del 2008 archivaron, sin razón ni concierto, nuestro TLC en los anaqueles del olvido para que cogiera polvo y no hiciera ruido.

Pasaron tres años y medio para que se hiciera justicia divina y humana, para que volviera la esperanza en lo comercial y la confianza en lo político en la primera potencia del planeta, que al evocar que lo pactado obliga, cumplió finalmente lo prometido.

El TLC no es el resultado de combustión espontánea. ¡No! Es la consecuencia lógica de un metódico trabajo de equipo relojero que pasó de la preparación académica y técnica a la negociación cuidadosa y concertada con todas las fuerzas vivas de la nación durante la administración del presidente Álvaro Uribe Vélez y la conducción de Hernando José Gómez.

La diplomacia colombiana se puso a prueba desde entonces. Con paciencia franciscana y sagaz displicencia se deshicieron agravios y se enderezaron entuertos.

El TLC, atrapado en pugnas partidistas en Washington, avanzó felizmente hacia la Proclamación de la Ley de Implementación por el presidente Barack Obama la semana pasada.

Las empresas extraordinarias como el TLC con Estados Unidos parecen imposibles para los que, midiendo la dificultad material de las cosas, imaginan que lo sucedido no puede acontecer, y cuando posteriormente ocurre, no lo pueden creer.

Nunca antes en la historia económica de nuestro tiempo, el país logró aglutinarse en torno de una idea económica como la encarnada por el TLC de regionalismo abierto e inserción de Colombia en las corrientes globales del conocimiento y el comercio internacional.

No es el nombre del TLC, sino su contenido, lo que constituye su valor característico, cuya intrínseca valía puede incrementarse aún más si movilizamos las fuerzas motrices nacionales y la competitividad hacia estadios superiores del desarrollo económico integral de nuestro aparato productivo. Lo contrario también aplica. Si nos quedamos inertes, absortos frente al milagro del TLC, serán las fuerzas impulsoras de la contraparte las que escojan y se queden con la mejor parte.

“Bien está lo que bien acaba”, exclamaría Shakespeare. Ahora empieza una nueva época en la vida económica de la nación, que tiene margen para prepararse de una vez por todas para la implementación de la negociación más importante de nuestra era, el TLC con Estados Unidos.

Como revela Shakespeare, ¡una vez se disipan las nubes, pasan los más bellos rayos!

Fuente: Portafolio


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