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La orfandad del campo se traga al arroz mexicano

31-Mayo-2008

La orfandad del campo se traga al arroz mexicano

Elia Baltazar

Al arroz mexicano se lo comió el abandono y la apertura comercial. Hace 20 años, la producción del país satisfacía la demanda de los mexicanos. Ahora, la nación debe importar de Estados Unidos 80% del arroz, con lo cual se coloca como el alimento básico más dependiente del exterior.

“Hasta 1989 fuimos autosuficientes. Pero ese año vino la apertura al arroz asiático y en dos años, del 89 al 91, nos devastaron 50% de la producción nacional”, explica Pedro Alejandro Díaz Hartz, presidente de la Federación Nacional de Productores de Arroz.

Siempre atrás del maíz y el frijol, este cereal se fue rezagando en el consumo de los mexicanos, que lo dejaron último en su dieta. De 6.45 kilos que comía cada habitante en 1985, bajó a 4.8 kilos en los 90 y luego repuntó sólo 5.7 en 2007.

Esta cifra per cápita coloca a México por debajo de países centroamericanos como Nicaragua, Guatemala y Brasil, que consumen anualmente 35, 25 y 65 kilos por habitante, respectivamente.

“No sólo perdimos la cultura del consumo de arroz. También dejamos de promoverlo en la dieta y sufrimos las consecuencias de la entrada de productos de mala calidad que lo alejaron del gusto de la gente”, dice Díaz Hartz.

Ahora, en medio de la crisis alimentaria por la que atraviesa el mundo, el arroz es apenas un ejemplo de una política agraria que sacrificó en la apertura comercial diversidad de cultivos y capacidad productiva, a costa de autosuficiencia alimentaria.

“Si se hubiera mantenido la producción nacional, con los precios actuales, el país estaría ganando mucho dinero”, apunta.

Pero no fue así. Su historia es otra a partir de que México se adhirió al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés) en 1986 y se llevó adelante una liberalización comercial drástica y unilateral cuyos efectos no se midieron.

Si la entrada del arroz asiático en 1989 metió la primera zancadilla a los arroceros, con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) vino el desmantelamiento de la industria y la caída de la producción nacional, porque con el arroz no hubo negociación de cupos y aranceles. La apertura fue total y sin restricciones sanitarias.

De 25 mil productores que había en 1985, quedan cinco mil; de 123 molinos en operación para limpiar el arroz, siguen abiertos 21; de las 265 mil hectáreas que se sembraban ese año ahora hay 70 mil (una reducción de más de 74%), y de una producción de 845 mil toneladas al año se cayó a 200 mil.

Los empleos directos disminuyeron de cinco mil 500 a mil 800; los indirectos pasaron de 22 mil a siete mil 200 y los jornales en el campo se ajustaron de casi diez millones a 1.5 millones.

No obstante lo anterior, los rendimientos obtenidos en el país pasaron de 3.2 toneladas por hectárea -en 1985- a 4.5, en 2001.

Ahora, sin embargo, pretenden revertir esta tendencia en medio de la crisis alimentaria por la que atraviesa el mundo, y Díaz Hartz llama a los arroceros a un acuerdo para mantener los precios 10% por debajo del mercado internacional, “pero con el compromiso de que el comerciante hará que repercuta en el consumidor”.

“Ahora estoy un poco arrepentido porque no encuentro cómo van a vigilar que los costos no suban y el acuerdo tenga efectos positivos en el consumidor. Quiero saber si el comercializador va a jugar con nosotros, los productores, que hacemos el sacrificio y no sabemos si los comercializadores, las tiendas de autoservicio, se van a sumar”, dice.

Su desánimo tiene razones, luego de que el gobierno federal anunció la eliminación de aranceles para todos los granos básicos, lo cual coloca a los productores agropecuarios en una situación de desventaja y riesgo.

“Ha abierto la posibilidad de la especulación y la concentración”, dice Díaz Hartz, pues ahora cualquier país con excedente podrá enviarlo a México y cualquiera con dinero suficiente podrá comprar 25 o 50 toneladas de arroz de Pakistán, que actualmente es el más barato, para colocarlo en el mercado a un costo menor y con ello tronar a los productores nacionales”.

A ello se suma el riesgo de que entre grano contaminado, pues ya ocurrió en el pasado. “A Nayarit llegaron semillas que nos contaminaron los campos y provocaron un problema muy serio, y en Campeche tuvimos una plaga de ácaro que devastó la cosecha del año pasado: de un rendimiento de tres o cuatro toneladas por hectárea pasamos a 500 o 700 kilos”.

De allí su reserva ante el acuerdo firmado el martes pasado con el gobierno federal, pues habían negociado en otros términos con la Secretaría de Economía.

“El acuerdo que tuvimos el viernes pasado con ellos fue otro: abrir un cupo de 250 mil toneladas, de las cuales 200 mil serían de arroz palay (con cáscara) y el resto, de arroz pelado que se distribuiría en el comercio en condiciones muy claras: sólo cinco toneladas por firma, en una sola ocasión y temporalizado hasta el 31 de diciembre”.

Esto, explica, porque el arroz palay al menos provee empleo y actividad económica al ramo, pues debe llegar a los molinos nacionales para limpiarlo.

Ahora, en cambio, abren las fronteras de manera indiscriminada y sin tomar en cuenta que en los próximos meses viene la cosecha de arroz mexicano, con lo cual se completaba el abasto del producto con la importación de Estados Unidos, donde se producen seis millones de toneladas de arroz.

“Ya nos habíamos conformado con la apertura comercial en el marco del Tratado de Libre Comercio, porque habíamos mantenido los aranceles frente al resto de los países. Pero ahora, con esto, nos vuelven a colocar en una situación muy grave y de ventaja para el comercializador”, afirma Díaz Hartz.

La tragedia del arroz mexicano comenzó con la apertura comercial. Fue uno de los primeros productos que enfrentó el retiro de aranceles con el TLCAN y su industria sufrió las consecuencias de la competencia internacional, en condiciones de desigualdad.

Frente a la entrada del arroz asiático, los productores mexicanos pudieron defenderse, pero no así en el TLCAN.

“Cuando llegó el arroz asiático hicimos gestiones para lograr una salvaguarda que ganamos en 1993 y les cerramos las fronteras a principios de 1994 por un problema fitosanitario. Se los inventamos, la verdad, pero fue nuestro último recurso”.

Para entonces, sin embargo, los productores mexicanos ya habían perdido 45% del mercado interno y había nacido la necesidad de importación.

“Estados Unidos comenzó a surtir arroz, vio que éramos un mercado naturalito y que se trataba de un grano estratégico en el intercambio comercial”.

No eran tan grandes productores, pero aprovecharon esta circunstancia para fomentar la siembra de arroz y reactivar la actividad agrícola y la economía en estados como Arkansas, Louisiana y Texas.

“Entonces no nos preocupaba tanto la competencia porque éramos competitivos en precio: la tonelada de arroz de Estados Unidos venía a 260 dólares y la de nosotros andaba sobre los 220 dólares.

Pero para 1996, ya en marcha el TLCAN, Estados Unidos modificó su ley agrícola y triplicó los subsidios para los arroceros. Allí comenzó la debacle, porque el precio de la tonelada de EU bajó a 90 dólares y México quitó el arancel, de modo que el país salió de la competencia.

“De 2002 en adelante nos daba igual cómo llegara el arroz de EU, pero con los demás países mantuvimos el arancel... hasta el domingo pasado, que desgravaron todo bajo la lógica de los costos”, dice Pedro Alejandro Díaz Hartz.

“Cierto que no somos autosuficientes, que están muy caros los precios internacionales. Pero ahora nadie me garantiza que en un mes no tenga uno o dos barcos con 25 mil toneladas de arroz pulido, que puedan meter directamente al anaquel a un costo menor. Eso nos va a crear un problema tremendo, pues las tiendas, los abarroteros, lo van a preferir”.

De por sí, explica, las condiciones que imponen las cadenas comerciales siempre son difíciles: “Wal-Mart, por ejemplo, te descuenta 14% por proveedores, 6% de derecho de andén, 3% por sacar el producto de la bodega y llevarlo a anaquel, y si tuvieron que ofrecerlo en oferta, te lo cargan a ti. Al final le ponen a uno unas friegas con 25% menos del precio original”.

Ahora, hasta las fondas han dejado de comprar arroz, porque dicen que les sale más barato comprar pastas, espagueti. Y esto, principalmente, por la falta de promoción y apoyo del gobierno, pues aun ahora sigue siendo un producto barato: cada porción cuesta 75 centavos, en promedio, afirma.

“Hemos hecho grandes esfuerzos para alentar su consumo y nos costó mucho trabajo elevarlo de 4.8 a 5.7 kilos per cápita (al año) en que se encuentra actualmente”, dice Díaz Hartz.

En el acuerdo firmado el martes entre arroceros y el gobierno federal, el propósito es aumentar la superficie de producción con créditos suficientes y oportunos, aplicar los programas que ya existen y un programa de activos para maquinaria e infraestructura hidráulica.

Los productores, sin embargo, tienen razones para las reservas, sobre todo en el tema del control de precios al consumidor, que corresponde a la Secretaría de Economía, pues ésta ha soslayado poner en marcha una política de comercio interno que regule los precios de los insumos del campo.

Siempre son los consumidores y el productor quienes cubren los costos de una mala política de precios, dice Díaz Hartz, porque “el industrial de México nunca ha pagado el precio internacional, siempre lo ha establecido por debajo. Ha habido pugnas por eso, pero al final son ellos quienes establecen un precio interno”.

Hoy, agrega, “con este acuerdo queremos que en adelante nos podamos entender con los industriales y comercializadores; que pongamos una banda de precio en la cual fluctuemos juntos: si el precio se dispara 20% arriba, que suba la banda. Pero si cae, también”.

No obstante, con las condiciones del acuerdo y la eliminación de aranceles, la suerte de los productores queda otra vez en manos de la comercialización, pues hasta ahora no ha habido una política congruente de apoyo al arroz, ni al campo en su conjunto.

“Estamos descapitalizados, carecemos de infraestructura, de créditos y apoyos suficientes y oportunos, pues los que hay nunca llegan a tiempo por las obsoletas reglas de operación de los programas de la Sagarpa (Secretaría de Agricultura, Ganadería, Recursos Naturales, Pesca y Alimentación)”.

Sin ir más lejos: en este momento los productores ya están en el proceso de siembra para la cosecha de noviembre y aún no se han activado las tarjetas para el abasto de diesel para la maquinaria y todavía les deben apoyos del año pasado, que difícilmente llegarán a sus manos porque cambiaron las reglas de operación para los precios de garantía, en los cuales no tomaron en cuenta el incremento en los costos de los insumos, se quejan los productores.

“Siempre nos llegan los apoyos con ocho o diez meses de retraso y en algunos casos un año. En 2006, el Congreso autorizó un recurso adicional de 100 millones de pesos, etiquetado, que nos llegó hasta finales de 2007 y para repartir en diez estados. Ahora solicitamos 180 millones, nos dieron otra vez 100 y 60 de ellos están federalizados y no sirven de mucho. Sólo logramos quitar 40 millones para crear una Sofol (Sociedad Financiera de Objeto Limitado), porque queremos nuestro propio banquito”.

Si contaran con los apoyos suficientes, los productores mexicanos estarían en condiciones de revertir la pérdida de terreno de la producción nacional, pues aun con todo en contra prevén para este ciclo un aumento en la superficie de cultivo de 20 mil a 25 mil hectáreas, pese a que el arroz sigue siendo en México un cultivo de temporal, que depende de las lluvias.

“Si tuviéramos infraestructura hidráulica estaríamos en posibilidades de producir entre 42 y 45% del consumo nacional, y podríamos llegar a 80% al final del sexenio, siempre que nos apoyaran”, dice Díaz Hartz.

Por lo pronto, hay aún 20 mil hectáreas disponibles para el cultivo de arroz en los estados de Nayarit, Michoacán, Tabasco y Campeche. “Inclusive Jalisco tiene potencial en la zona de Toma-tlán, donde hay ocho mil hectáreas de riego que no se utilizan para nada”.

México debe aprovechar hoy su superficie disponible porque Asia ya no tiene dónde sembrar. En ese sentido, dice, América Latina toda es el futuro para el arroz.
La industria arrocera está descapitalizada, carece de infraestructura, de créditos y apoyos oportunos, pues llegan con ocho meses o hasta un año de retraso debido a las “obsoletas reglas de operación de la Sagarpa”, asegura líder del sector

Al arroz mexicano se lo comió el abandono y la apertura comercial. Hace 20 años, la producción del país satisfacía la demanda de los mexicanos. Ahora, la nación debe importar de Estados Unidos 80% del arroz, con lo cual se coloca como el alimento básico más dependiente del exterior.

“Hasta 1989 fuimos autosuficientes. Pero ese año vino la apertura al arroz asiático y en dos años, del 89 al 91, nos devastaron 50% de la producción nacional”, explica Pedro Alejandro Díaz Hartz, presidente de la Federación Nacional de Productores de Arroz.

Siempre atrás del maíz y el frijol, este cereal se fue rezagando en el consumo de los mexicanos, que lo dejaron último en su dieta. De 6.45 kilos que comía cada habitante en 1985, bajó a 4.8 kilos en los 90 y luego repuntó sólo 5.7 en 2007.

Esta cifra per cápita coloca a México por debajo de países centroamericanos como Nicaragua, Guatemala y Brasil, que consumen anualmente 35, 25 y 65 kilos por habitante, respectivamente.

“No sólo perdimos la cultura del consumo de arroz. También dejamos de promoverlo en la dieta y sufrimos las consecuencias de la entrada de productos de mala calidad que lo alejaron del gusto de la gente”, dice Díaz Hartz.

Ahora, en medio de la crisis alimentaria por la que atraviesa el mundo, el arroz es apenas un ejemplo de una política agraria que sacrificó en la apertura comercial diversidad de cultivos y capacidad productiva, a costa de autosuficiencia alimentaria.

“Si se hubiera mantenido la producción nacional, con los precios actuales, el país estaría ganando mucho dinero”, apunta.

Pero no fue así. Su historia es otra a partir de que México se adhirió al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés) en 1986 y se llevó adelante una liberalización comercial drástica y unilateral cuyos efectos no se midieron.

Si la entrada del arroz asiático en 1989 metió la primera zancadilla a los arroceros, con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) vino el desmantelamiento de la industria y la caída de la producción nacional, porque con el arroz no hubo negociación de cupos y aranceles. La apertura fue total y sin restricciones sanitarias.


 source: EX Online