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¡Todos al rescate de la economía estadounidense!

Luego del reventón de las principales bolsas del mundo, del ventilado público de los ocultos intereses que mueven los capitales y del cariz político que ha quedado patente en el funcionamiento del mercado, entre otros pecados capitales que han resultado develados después del lunes negro del 29 de setiembre, viene ahora el reflujo.

Las condiciones de la reproducción y valoración del capital, fundamentales para la conservación de la propiedad privada, se han transformado, y hay que diseñar en el plazo más corto posible las nuevas condiciones en las que el capital deberá reproducirse. De no actuarse prontamente todo el sistema capitalista esta en riesgo de sucumbir.

Estamos así en una de las simas de la crisis de racionalidad económica que Habermas describió como la creciente incapacidad de la organización económica para permitir una reproducción amplia y oportuna del capital, esto es, la creciente incapacidad de los medios de producción privados para satisfacer las necesidades sociales. Un valle profundo de organización sistémica que de coincidir con otras condiciones parecidas en los otros órdenes sociales, concretamente en el político donde se establece la crisis de legitimación del Estado, y en el socio-cultural, en el que se instaura la crisis de motivación ciudadana para la participación y organización social y cultural, de concordar pues, con simas en esos órdenes, las fuerzas sistémicas del poder y la represión, de la manipulación mediática, y del chantaje y del miedo al desempleo y al hambre, no podrían impedir la potenciación revolucionaria de las fuerzas antisistémicas.

Los representantes republicanos, en puesta tragicómica, no tuvieron más remedio que aceptar el paquete de salvamento estatal más grande de la historia, por más que fuera contra sus sacrosantos principios. El miedo está ahora del lado de ellos. El mero Joseph Stiglitz crítico acérrimo del gobierno de Bush no pudo ver más allá del comportamiento sistémico y aceptó, en artículo publicado por el diario El País de Madrid, que no quedaba de otra, la pronta aprobación del plan Paulson o el derrumbe de todo el sistema crediticio norteamericano.

¡Así que todos al rescate de la economía estadounidense!

Después del primer golpe de asombro ante la evaporación de 300 mil millones de dólares el aciago 29 de setiembre, la comunidad de las corporaciones estadounidense ha comenzado a elaborar el discurso que debería fundamentar, de lograr hacerlo parte del sentido común de la ciudadanía, la explicación de la crisis y la justificación de las recetas para salir de ella.

La nota dominante en las primeras versiones que ya se escuchan en los medios de comunicación, es que no es momento de entrar a discutir sobre las causas u orígenes de la crisis, lo que hay que hacer ahora es actuar y hacerlo inmediatamente. Con esta idea de carácter perentorio, se busca ocultar las causas de la crisis y resolver de manera pragmática los problemas inmediatos que presenta el sistema. “América” no puede vivir sin un sistema crediticio sano -dicen- por tanto hay que restablecerlo pagando por los recursos necesarios para sacarlo a flote. Debemos hacer un sacrificio “todos” para resolver esta “calamidad”..., actuando “positivamente” y no criticando y oponiéndonos; los jóvenes podrán reconstruir sus fondos de pensión trabajando más horas al día y extendiendo su período vital de actividad, y los viejos tendrán que aceptar pensiones más bajas y extender por unos años sus planes de jubilación. Los asalariados no podrán pensar en aumentos por lo menos durante unos cinco años más. “América es la economía más grande y poderosa del globo, si aceptamos los sacrificios que esta crisis impone, en poco tiempo estaremos mejor que ahora”, uno de los analistas de CNN en Español.

Así la reconstrucción del sistema crediticio se orienta por un lado restableciendo la estructura de acumulación de capital existente -pero ahora, horror de los horrores- más concentrada, más monopolizada. Y por el otro lado, con el reforzamiento del capitalismo de Estado, en una suerte de corporativismo financiero, donde pocas pero inmensas corporaciones determinan la política pública en materia financiera, monetaria y de seguros. Un enorme complejo bancario-financiero respaldado por el Estado, se le suma al ya infausto complejo militar-industrial que denunciara el presidente Eisenhower en su último discurso.

Si extrapolamos este modelo sin un cambio radical en la razón de estado norteamericana, podemos atisbar un siglo XXI de crisis económicas y comerciales recurrentes, y confrontaciones entre los EEUU y distintas regiones del mundo, en pugna por los mercados regionales y el global, por los recursos naturales, la fuerza de trabajo, los consumidores, etc., mientras no se logre construir un sistema mundial monetario y comercial más equilibrado, menos polarizado, y un sistema de seguridad internacional que haga respetar los acuerdos comerciales internacionales a las grandes potencias económicas.

Esta crisis económica no marca el fin del capitalismo, pero contribuye al surgimiento de medios y mecanismo, de instituciones reguladoras, que reducirán el poder del capital en la determinación del desarrollo económico, político y sociocultural de las naciones. La racionalidad política (democráticamente formulada), ha dado un paso más en procura de una sociedad más equitativa.


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